En muchos sentidos las elecciones en Perú reflejan de algún modo el proceso de maduración democrática en Las Américas. Participé en estas elecciones del 2016 como Observador Internacional en una invitación compartida entre el Instituto Político para la Libertad (IPL) de Perú y el Centro de Asistencia para las Procesos Electorales (CAPEL) con sede en Costa Rica, en una tercera experiencia después de las de Argentina y España, en cuyos procesos electorales también participé en la misma calidad.
Pero como Observador Internacional es esta la primera vez que dos representantes de la Plataforma Ciudadana #Otro18 logran estar presentes oficialmente en un proceso electoral. Ello permitió mirar a las elecciones desde un nuevo concepto para calibrar la fortaleza de los sistemas electivos que se conoce como integridad electoral (IE).
¿Qué es Integridad Electoral? Es grosso modo, el concepto que visualiza las elecciones desde una arquitectura electoral que va más allá del día D de las elecciones para captar todo el proceso: las condiciones de la competencia electoral, el grado de independencia de los organismos que participan en el proceso, la independencia y libertad de los ciudadanos para elegir y ser elegidos, el papel de la prensa, el respeto a los derechos humanos, el equilibrio en la participación de los candidatos, y claro está, el proceso mismo que va desde la convocatoria, pasando por las condiciones logísticas hasta el computo de los votos y la emisión de los resultados.
IE va más a la calidad del proceso electoral, antecede a las elecciones, las sigue y atiende el momento pos electoral, es decir cómo la ciudadanía percibe el proceso mismo. En tanto proceso, para la IE los sistemas electorales son perfectibles, no hay uno dado para siempre sino que estos tienen que evolucionar, reajustarse tanto a las condiciones tecnológicas como, y esto es lo fundamental, a los cambios en el contexto. Lo principal es la calidad de la representación y la claridad de las elecciones.
Significa que ya va muriendo la idea de que unas buenas elecciones se reducen a la participación, la tranquilidad, la competencia y la transparencia el día de la votación.
Y pude observar que las elecciones en Perú, partiendo de este concepto, comenzaron mucho antes de su convocatoria a fines de 2015.
Estuve en Trujillo, el centro más importante de la región La Libertad, al norte de Perú. En la Organización Nacional de Procesos Electorales (ONPE) vi de cerca la arquitectura electoral bien aceitada para la convocatoria de abril 2016. Conversé con los magistrados de la Junta Nacional de Elecciones (JNE), encargados de fiscalizar el comportamiento de las elecciones, y con la Organización de Procesos Electorales, encargados de toda la logística necesaria para garantizar la eficacia de las elecciones.
Me llamó la atención la participación de los jóvenes, fundamentalmente mujeres, en las elecciones. Es cierto que el voto es obligatorio, con las multas correspondientes para quienes no asistan. Sin embargo, noté más compromiso cívico que miedo al daño en el poder adquisitivo. Las multas responden en todo caso a las clases sociales: 29 soles (la moneda oficial en Perú) para los más pobres, 90 soles para las clases medias y 193 soles para los sectores económicamente altos. Probablemente 29 soles pueden ser muy importantes para el 20 % de la franja más baja de la sociedad peruana; no obstante, el 80% de los más de 23 millones de peruanos que se volcaron a las urnas podría muy bien asumir una multa, para ellos simbólica, como castigo al sistema.
De donde proviene una primera conclusión: la democracia es una virtud cívica en Perú, a pesar de la violencia política remanente que costó la vida de varios militares y un civil en el Perú profundo. Nos llevaron a un mitín, antesala del cierre de campaña de Pedro Pablo Kuczynski, el de la marca PPK. Concurrido como fue, la participación de miles de sus seguidores fue una muestra de que la convicción democrática está por encima probablemente de la capacidad política, comunicativa, quizá de visión, de sus líderes.
Aquí noté un contraste, quizá una percepción superficial: el liderazgo de los partidos está por debajo del liderazgo y compromiso cívico de los peruanos. Un dato que solidifica el suelo de la democracia peruana, aunque no debe perderse la perspectiva de la importancia y el valor del liderazgo político en democracia. Mi pregunta es si los candidatos presidenciales estaban a la altura de sus ciudadanos. Ver en un colegio electoral a una joven, madre, con sus dos hijos supliendo a un titular de la Mesa Electoral que no se presentó, esto sin coacción política ni ideológica de nadie, es un hecho de relevancia cívica que compensa las debilidades del sistema electoral cuando obliga, sin éxito, a que un votante anónimo en las filas de votación hiciera lo mismo por mandato.
Una segunda condición de la integridad electoral se satisface con lo arriba dicho: el espacio político para la expresión cívica de los ciudadanos. Esto es un elemento sustancial para favorecer la relación entre sociedad civil, ciudadanía y partidos políticos: el trigo de la transparencia electoral. Lo que traduce y expresa las opciones de un tercer elemento imprescindible para la IE: el comportamiento de la prensa.
El Comercio, La República y Perú 21, pese a sus elecciones ideológicas y sus claros respaldos a uno u otro candidato, cubrieron bastante objetivamente el comportamiento en las elecciones. Lo mismo en los medios televisivos. Equilibrio en el tratamiento de los candidatos, con independencia del casi linchamiento que sufrió uno de ellos (César Acuña), acusado de tantas cosas, y pluralidad en el tratamiento editorial que daba insumos argumentales para todos los gustos ideológicos.
El Perú eligió. Y, como tituló en su portada el lunes 11 el diario La República, situado a la izquierda del rey, el electorado se volcó a la derecha. Si se suman los votos obtenidos por Keiko Fujimori, 39.55%, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) 22.11, y Alan García, 5.92%, el 67% de los peruanos votó por construir sobre lo avanzado por la continuidad, a pesar del repunte de Veronika Mendoza, la candidata del Frente Amplio, de marca uruguaya, que obtuvo el 18, 5 del favor de los electores.
La segunda vuelta, entre Keiko y PPK, definirá la presidencia por los próximos cinco años. Lo más y mejor cierto es que la democracia peruana ya es adénica.